CARTA A UN JUEZ
Érase que se era un joven poeta que terminó muy pronto, érase que se era también un juez joven sin estola, sin impertinentes, sin martillo. Para mí es una necesidad orgánica escribir, la única manera de comunicarme con las personas que ahora son los que me determinan. A mi esposa escribo poemas largos y negros, a mi hijo Boris pequeños poemitas muertos; y como esta trilogía está en sus manos, usted es mi conciente. Voy a escribirle no como a un juez, sino como a una persona:
¿Hasta cuándo estaré confinado en estos tristes arrabales del pensamiento más vulgar? A esta hora los presidiarios cantan, y sus cicatrices brillan como estrellas que perdieron su control en el espacio, y yo miro las rejas oxidadas que me separan del mundo de los hombres felices que viven bajo el sol y mi alma se asfixia como una mariposa lanzada por ventiladores. Tengo la sensación de no haber nacido o haber muerto de un momento a otro. Yo no entiendo el mecanismo de los códigos; pero un concepto puro del hombre me dice que no debo ser llevado a la oscuridad, donde los condenados esperan una fecha lejana para realizarse, para mirar el cielo y sentir que Dios existe.
La justicia ha sido inventada por el hombre; pero lo justo nace con el hombre. La justicia es necesaria mientras la mirada de estos delincuentes natos con quienes convivo ahora, tenga ese brillo opaco que denuncia almas perdidas, sin conciencia. Yo tengo demasiada conciencia para vivir limitado por muros, mi espíritu tiene alas muy largas y la vida me parece bella. Merezco vivir Señor Juez.
Estos delincuentes que caminan y duermen conmigo en este infierno, me hacen comprender que la sociedad está enferma, que la sensibilidad lleva a la persona a los más complicados laberintos de donde sólo escapan aquellas que tienen capacidad de comprender lo bello. Aquí sólo miro cáscaras y cicatrices, porque no me atrevo a levantar la cabeza para encontrar que el cielo todavía es azul; mientras lo que más me duele Doctor, es sentir que no me pertenezco, no soy mío, soy de mi pequeño y dulce Boris, un niño de carne tibia y perfumada que me ha sacado de un vacío en donde estaba hundido, cuando la angustia existencial apretó con sus tentáculos a mi mente que comenzaba a leer a Marx, a Freud, y a todos esos señoritos.
Mi libertad es de mi hijo, porque él compensará el trauma de mi infancia, porque yo era un nene sonámbulo y nervioso que azotaban, y mis padres ignorantes no tenían la culpa de destruir su embrión, aniquilando mi naturaleza. Pero la compensación llegó cuando mi hijo hacía ejercicios en el vientre de mi esposa que ahora llora como un venado extraviado en la soledad.
Usted comprenderá que mi mundo no es este doctor, y confío en que pronto lanzará mi espíritu a la luz.
(Texto inédito, transcrito de una grabación de la lectura que de su carta hiciera el poeta Darío Lemos, en una conferencia en la Universidad de Antioquia, aproximadamente en 1987)
Érase que se era un joven poeta que terminó muy pronto, érase que se era también un juez joven sin estola, sin impertinentes, sin martillo. Para mí es una necesidad orgánica escribir, la única manera de comunicarme con las personas que ahora son los que me determinan. A mi esposa escribo poemas largos y negros, a mi hijo Boris pequeños poemitas muertos; y como esta trilogía está en sus manos, usted es mi conciente. Voy a escribirle no como a un juez, sino como a una persona:
¿Hasta cuándo estaré confinado en estos tristes arrabales del pensamiento más vulgar? A esta hora los presidiarios cantan, y sus cicatrices brillan como estrellas que perdieron su control en el espacio, y yo miro las rejas oxidadas que me separan del mundo de los hombres felices que viven bajo el sol y mi alma se asfixia como una mariposa lanzada por ventiladores. Tengo la sensación de no haber nacido o haber muerto de un momento a otro. Yo no entiendo el mecanismo de los códigos; pero un concepto puro del hombre me dice que no debo ser llevado a la oscuridad, donde los condenados esperan una fecha lejana para realizarse, para mirar el cielo y sentir que Dios existe.
La justicia ha sido inventada por el hombre; pero lo justo nace con el hombre. La justicia es necesaria mientras la mirada de estos delincuentes natos con quienes convivo ahora, tenga ese brillo opaco que denuncia almas perdidas, sin conciencia. Yo tengo demasiada conciencia para vivir limitado por muros, mi espíritu tiene alas muy largas y la vida me parece bella. Merezco vivir Señor Juez.
Estos delincuentes que caminan y duermen conmigo en este infierno, me hacen comprender que la sociedad está enferma, que la sensibilidad lleva a la persona a los más complicados laberintos de donde sólo escapan aquellas que tienen capacidad de comprender lo bello. Aquí sólo miro cáscaras y cicatrices, porque no me atrevo a levantar la cabeza para encontrar que el cielo todavía es azul; mientras lo que más me duele Doctor, es sentir que no me pertenezco, no soy mío, soy de mi pequeño y dulce Boris, un niño de carne tibia y perfumada que me ha sacado de un vacío en donde estaba hundido, cuando la angustia existencial apretó con sus tentáculos a mi mente que comenzaba a leer a Marx, a Freud, y a todos esos señoritos.
Mi libertad es de mi hijo, porque él compensará el trauma de mi infancia, porque yo era un nene sonámbulo y nervioso que azotaban, y mis padres ignorantes no tenían la culpa de destruir su embrión, aniquilando mi naturaleza. Pero la compensación llegó cuando mi hijo hacía ejercicios en el vientre de mi esposa que ahora llora como un venado extraviado en la soledad.
Usted comprenderá que mi mundo no es este doctor, y confío en que pronto lanzará mi espíritu a la luz.
(Texto inédito, transcrito de una grabación de la lectura que de su carta hiciera el poeta Darío Lemos, en una conferencia en la Universidad de Antioquia, aproximadamente en 1987)
sublime
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