jueves, 16 de abril de 2020

William Carlos Williams (Estados Unidos)






El gorrión


Este gorrión
que se ha posado en mi ventana,
más que un ser natural
es una verdad poética.
Todo lo atesta:
su voz,
sus movimientos,
sus costumbres,
el gusto
con que agita las alas
en el polvo-
cierto, lo hace
para espulgarse
pero el alivio que siente
lo impulsa
a piar con vehemencia:
algo
más cerca de la música
que de otra cosa.
Donde esté
al comenzar la primavera,
callejuela
o palacio,
prosigue
imperturbable
sus amoríos.
Empieza en el huevo,
el sexo es su genio:
¿hay presunción
más inútil,
mayor engreimiento
de nosotros mismos?
Algo que nos lleva,
casi siempre, a despeñarnos.
Ah, ni el gallipollo ni el cuervo
con sus voces desafiantes
sobrepasan
su piar
insistente.
Una vez
en El Paso,
hacia el anochecer,
vi (oí)
a diez mil gorriones.
Venían del desierto
a dormir.
Llenaron los árboles
de un parquecito.
Los humanos,
los oídos zumbándoles,
huyeron
bajo la lluvia de deyecciones.
Les dejaron libre el terreno
a los lagartos que viven en la fuente.
Su imagen
no es menos familiar
que la del aristocrático
unicornio -lástima
que haya menos acémilas
que coman avena:
eso le facilitaba la vida.
No importa:
su breve tamaño,
sus ojos aguzados,
su pico eficaz
y su truculencia
garantizan su supervivencia
-para no hablar
de su prole
innumerable.
Hasta
los japoneses lo conocen
y lo han pintado
con simpatía,
con profunda intuición
de sus más nimias
características.
Nada
menos sutil
que sus galanteos.
Se agacha
ante la hembra,
arrastra las alas,
valsa,
echa atrás la cabeza
y, al fin,
pega un alarido.
El impacto es terrible.
Su manera de limpiarse el pico
haciéndolo sonar
contra una tabla
es contundente.
Como todo
lo que hace.
Sus cejas cobrizas
le dan ese aire
de ser siempre
el ganador
-y sin embargo
yo vi, una vez,
a una de sus hembras,
perchada con determinación
en el borde
de un caño de agua,
cogerlo
por la coronilla de plumas
(para que no chillara)
trabarlo,
colgado de las calles,
hasta
que lo remachó.
Y todo eso
¿para qué?
Ella se mecía,
intrigada por su hazaña
ella misma.
Me reí con ganas.
Práctico hasta el fin,
lo que triunfó
al cabo
fue el poema
de su existencia:
un cepillo de plumas
aplastado en el pavimento,
las alas simétricamente
desplegadas, como en vuelo,
deshecha la cabeza,
el negro escudo de armas del pecho
indescifrable:
la efigie de un gorrión,
ya sólo seca oblea,
dejada ahí para decir
-y lo dice
sin ofensa,
hermosamente:
Ése fui yo,
un gorrión.
Hice lo que pude,
adiós.

domingo, 26 de febrero de 2017

STELLA DÍAZ VARÍN (La Serena, Chile, 1926 – Santiago, Chile, 2006)



LA PALABRA


Una sola será mi lucha
Y mi triunfo;
Encontrar la palabra escondida
aquella vez de nuestro pacto secreto
a pocos días de terminar la infancia.
Debes recordar
dónde la guardaste
Debiste pronunciarla siquiera una vez...
Ya la habría encontrado
Pero tienes razón ese era el pacto.
Mira cómo está mi casa, desarmada.
Hoja por hoja mi casa, de pies a cabeza.
Y mi huerto, forado permanente
Y mis libros cómo mi huerto,
Hojeado hasta el deshilache
Sin dar con la palabra.
Se termina la búsqueda y el tiempo.
Vencida y condenada
Por no hallar la palabra que escondiste.


jueves, 24 de diciembre de 2015

Ramón Cote Baraibar (Colombia)




La soledad luminosa 




Al sur de la India,
en Colomboa, capital de Ceilán,
en el suburbio de Wellawatha
un hombre;
es extranjero y por lo tanto
acepta su condición y es tratado como tal.
La soledad sale a cumplir su ronda:
vigila el nervioso cordón de las hormigas,
cuenta los anillos de la serpiente
que resbala de una rama a otra
hasta sumergirse en el agua sigilosa.
Acecha, va de casa en casa
precipitando su voz por el espacio,
acosando esa sonata para violín y piano;
es celosa la soledad y monta guardia
con su cuchillo verde a la altura del pecho;
en la mesa, cubierta por trámites de aduana,
cartas sin abrir, entre "el mar se ha puesto a golpear por años"
y "se trata de una súbita estación"
busca algo que en realidad le corresponde.
En el suburbio de Wellawatha; un hombre
cede su corazón a la maleza. La tierra
tan redonda, tan ocupada en sus asuntos, y pensar
que acá, en la isla de Ceilán, un hombre
socava la razón, la vocación de su tristeza;
ahora otro verde, el de la selva oriental
se sienta a la mesa, se mete en las venas
como después la fiebre, el opio,
el monzón de mayo, "las enfermedades de mi casa".
Un hombre, notablemente desconocido
como los ríos de pocos nombres,
suda su soledad
y desde su catre de soldado mira la ventana;
dos grandes estrellas, en la amplia noche desolada
toman volumen
como los pezones de una mujer inalcanzable.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Robinson Quintero (Colombia)





Pintura con pájaro


Todo el color del lienzo es nieve.
Nieve sobre las cumbres, por las colinas, en los bajos tejados de la casa solitaria.
En el camino que se curva y que nadie recorre, nieve.
Y en el recodo de un río, un árbol pelado de hojas sostiene apenas sus varas.
Y sobre una de las varas una pequeña mancha roja.


lunes, 22 de junio de 2015

Taha Muhammad Ali ( Israel )


Advertencia

Amantes de la caza y principiantes 
que persiguen su presa: 
no le apunten sus rifles 
a mi felicidad, 
que no amerita el gasto 
de la bala 
(sería un desperdicio). 
Eso que les parece 
tan ágil y elegante 
como un ciervo 
y que escapa 
en todas direcciones, 
igual que una perdiz, 
no es la felicidad. 
Créanme 
que mi felicidad no tiene relación 
con la felicidad.