La soledad luminosa
Al sur de la India,
en Colomboa, capital de Ceilán,
en el suburbio de Wellawatha
un hombre;
es extranjero y por lo tanto
acepta su condición y es tratado como tal.
La soledad sale a cumplir su ronda:
vigila el nervioso cordón de las hormigas,
cuenta los anillos de la serpiente
que resbala de una rama a otra
hasta sumergirse en el agua sigilosa.
Acecha, va de casa en casa
precipitando su voz por el espacio,
acosando esa sonata para violín y piano;
es celosa la soledad y monta guardia
con su cuchillo verde a la altura del pecho;
en la mesa, cubierta por trámites de aduana,
cartas sin abrir, entre "el mar se ha puesto a golpear por años"
y "se trata de una súbita estación"
busca algo que en realidad le corresponde.
En el suburbio de Wellawatha; un hombre
cede su corazón a la maleza. La tierra
tan redonda, tan ocupada en sus asuntos, y pensar
que acá, en la isla de Ceilán, un hombre
socava la razón, la vocación de su tristeza;
ahora otro verde, el de la selva oriental
se sienta a la mesa, se mete en las venas
como después la fiebre, el opio,
el monzón de mayo, "las enfermedades de mi casa".
Un hombre, notablemente desconocido
como los ríos de pocos nombres,
suda su soledad
y desde su catre de soldado mira la ventana;
dos grandes estrellas, en la amplia noche desolada
toman volumen
como los pezones de una mujer inalcanzable.